Después de un primer almuerzo dominical en el que JC conoció
mi casa, y yo intentaba que se sintiera a gusto, lo demás fue sucediendo sólo.
Un primer beso.
Una cena soñada en el restaurant que deseaba, en el día de
mí de cumpleaños.
Arrumacos en el colectivo, como si nadie viajara con
nosotros.
Era primavera y oficialmente, éramos novios.
Eso implicaba que algunos días de la semana, él se instalara
en mi casa y tomáramos decisiones en conjunto pero ¿estaba yo realmente
preparada para compartir mi vida con alguien?
Mi furia se desató un viernes en la noche. Por lo general
solía reservarme esos días para mí. Llegaba muy tarde del trabajo y el
cansancio de toda la semana reposaba en mis hombros y en lo único que podía
pensar era en un delivery y la cama.
Pero desde que estaba “oficialmente de novia” parecía que
las cosas debían ser diferentes.
Desde la tarde comenzaron a llegar sus mensajes a mi
celular, y si bien era lo que siempre había deseado que sucediera con mí “Sí”,
no estaba tan segura que quisiera que JC cumpliera aquel deseo.
La idea era encontrarnos en mi casa para cocinar juntos. La
primera vez que lo hicimos fue muy emocionante, una nueva experiencia, pero los
viernes no estaba en mis planes utilizar la cocina.
Cayó cinco minutos después que yo, cuando le había pedido
una hora para poder organizarme y ordenar el caos permanente de mi casa, o al
menos intentarlo. Pero no, vino cuando lo creyó conveniente. Traía una caja de
ravioles y su entusiasmo por comenzar a hacer la salsa, logró que mi emoción
decayera por completo. Sólo pensaba en tirarme en esa cama y tomar el teléfono
para que cocinen por mí.
Tal vez el error que cometía era no decirle a JC todo lo que
estaba sintiendo en ese momento.
Él hablaba y hablaba y yo muda. Escuchaba sin prestar
atención a lo que decía. En mí, comenzaba a crecer una furia desconocida.
Puse la mesa y acto inmediato me fui a tirar en la cama con
la excusa de revisar unos mails. Lo había dejado solo en la cocina con la salsa
a medio preparar, pero no me importó.
Por primera vez preguntó si me sentía bien y asentí sin
demasiados datos.
Llegó el momento de deleitar esos ravioles que por la pinta
que tenían, invitaban a comer más de un
plato, sin embargo lentamente, iba
comiendo de a medio raviol, sin agradecer, sin hablar y con la vista perdida en
la nada.
No soportó mi actitud, apoyó con fuerza los cubiertos en el
plato y logró traerme nuevamente a mi casa, donde ambos estábamos compartiendo
una de nuestras primeras cenas de viernes, como algo más que amigos.
No supe que decirle. En cambio él tenía la pregunta justa
para la ocasión y la lanzó sin rodeos ¿querés que me vaya? Y sin pensarlo
demasiado dije que sí.
Lo había arruinado todo, pero eso era lo que verdaderamente
quería decir.
Después de un sermón a cerca de sus sentimientos para
conmigo y de lanzar al aire la pregunta de ¿si realmente quería seguir con
esto? Dejó su plato de ravioles a medio
terminar y se fue.
Me quedé llorando y tampoco terminé mi porción.
Odiaba los ravioles y
me odiaba a mí por haber arruinado una noche que podría haber sido perfecta.
El sábado al mediodía y luego de blanquear con mi familia, todo lo que me estaba sucediendo con JC, y que
ellos apostaran a esta nueva relación, comí los ravioles. Su sabor era
distinto, estaban ricos. Me serví dos platos y mientras saboreaba la salsa, supe que esa noche le daría la respuesta
correcta.
Cuando nos hemos encontrado un tiempo a estar solos otorgarle cierto espacio a otra persona resulta complicado, dicen que cuando uno siente siempre ganan las ganas por estar con el otro pase lo que pase, pero yo creo que no siempre es así, a veces la ilusión la difuminan las obligaciones del día a día, aunque ¡mira que hacerle feos a un plato de raviolis y a un chico con encanto!
ResponderEliminarComprensible... difícil situación que vive actualmente una amiga muy cercana. La comprendo. Te comprendo. Hay que pasar en limpio y seguir. No?besos
ResponderEliminar(me gusta leerte)
Gracias Cass por leerme.
EliminarHay que seguir, siempre
Saludos
en los primeros tiempos, más vale muchas cenas fuera del ámbito de cada uno, porque lisa y llanamente, para las rutinas habrá tiempo.
ResponderEliminarCuando alguien quiere imponernos sus ritmos, es difícil que no haya esta suerte de ambivalencias entre lo que se supone que debería ser y aquello que de verdad experimentamos.
Por otra parte pienso que necesitaba el visto bueno de su entorno más inmediato, para poder digerir esos ravioles...
Es real lo que decís, Rossina. Creo que es mejor que las primeras salidas sean fuera de la casa de uno. De todo se aprende... o no.
EliminarSaludos